CUARTA ETAPA: VILLAFRANCA DEL BIERZO – O CEBREIRO

No marcaba el reloj las seis y media de la mañana cuando se pusieron en marcha. El sol apenas se había levantado, y empezaron caminando en una ligera tiniebla que no tardaría en disiparse.
Aun no habían salido de Villafranca, cuando dos alternativas se le ofrecían en el camino.
La primera opción pasaba por un largo tramo de carretera, la segunda, subir camino de Pradela.
Dudaron unos instantes, y tras ver en las guías que merecía la pena la subida decidieron seguir la segunda opción.
Nada más empezar esta ruta, se dieron cuenta que iba a ser una larga y dura subida. Y así fue, los primeros kilómetros resultó ser un infernal tramo que parecía no acabar nunca.

Se cruzaron con pocos peregrinos que también habían escogido la ruta de Pradela, una ruta durísima, pero impresionantemente bella, donde pudieron contemplar rodeados de castaños como el sol iba cobrando fuerza.
Al bajar, las piernas empezaron a resentirse, pues si dura fue la subida, aun peor fue la bajada. Una pronunciadísima pendiente les llevaba hacia Trabadelo, donde se detuvieron un buen rato antes de continuar rumbo al temido Cebreiro.





Recorrieron diez kilómetros hasta llegar a Las Herrerías, de relativo llano, donde las piernas se fueron recuperando, a pesar de que el cansancio les iba haciendo mella y que cada paso era una pequeña tortura.
Allí decidieron coger provisiones antes de afrontar la subida final al Cebreiro, pues no sabían como podrían afrontarla, ya que ambos venían con las piernas bastante tocadas.
Y empezaron a subir, por un tramo de asfalto de donde el aire que subía parecía fuego. De sus frentes el sudor brotaba sin cesar, y el aliento les faltaba a cada paso que daban.




Paso a paso continuaban su ascenso, dejaron la carretera y se internaron en una senda que encontraron a la izquierda. El camino se convirtió en una mezcla de piedras y barro de difícil subida, pero de una belleza sin igual.
El esfuerzo de la subida se vio recompensado al girar en la vereda, apareciendo ante sus ojos una fuente donde se lanzaron para calmar el sofocante calor.
Pararon allí a comer, en La Faba, según anunciaba las guías. No les debía faltar demasiado para terminar la etapa, pero los dos peregrinos estaban exhaustos tras las dos durísimas subidas que habían realizado ese día.
Tras reponer fuerzas, y con el animo recuperado siguieron ascendiendo con la esperanza de ver pronto el final de la etapa. Los kilómetros que les restaban resultaron mas suaves y pronto llegaron a la frontera de Galicia.
¡¡El Cebreiro les Esperaba!!


En continua subida recorrieron los últimos metros, el monte le mostraba todo su esplendor, pudiendo ver desde donde habían subido, hasta que poco a poco iban aparecieron las payozas, símbolo inequívoco de que por fin, habían llegado a O Cebreiro.

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