EN LA MADRUGÁ (2010)


Un año más llegó el Jueves Santo a las calles de El Puerto.
Un año más, preparé faja, costal y camiseta para acompañar al Nazareno en su paseo camino del calvario.
Un año más, caminaba sin prisas hacia la iglesia siguiendo mi costumbre.
Un año más... como siempre, como cada año...

Pero a pesar de que todo era igual todo era distinto este año.
Las capas negras y rojas que cada madrugá llenaban el patio de la iglesia este año estaban acompañadas por otras de color hueso y morado.
Había muchos cambios este año en el cortejo, como las nuevas túnicas, o el labrado del canasto del nuevo paso, pero los cambios verdaderamente importantes estaban en mi interior.

Este año no podría ver la procesión mi madre, hospitalizada, y mi padre no estaría revestido con la túnica para junto con el Nazareno y su madre María Santísima de los Dolores recorrer las calles de El Puerto.
Y lo más importante, que cuando yo saliera del paso en la Iglesia Mayor tras una larga noche de penitencia, mi hija estaría junto con su madre esperándome.

Mi hija, dos palabras que nunca antes habían tenido tanto peso en mi interior…
Mi hija…

Fue una fría noche donde desde el púlpito de la iglesia se dedico la estación de penitencia a la recuperación de mis padres y en mi interior resonaron con fuerza esas palabras una y otra vez durante todo el recorrido.

Llegó el momento de mi primera chicotá en esa noche, el martillo resonó en el silencio de la madruga y los cuerpos se tensaron al ponerse en el palo, los primeros pasitos se daban en la noche portuense llevando al Nazareno sobre los hombros y sobre todo en el corazón.

Un corazón que en el silencio se dividía en una extraña mezcla de sentimientos.
Un corazón repleto de gente lo acompañaban en esa larga noche, mis padres, mi mujer, mi hija...

Un corazón, que un año más, disfrutó como nunca...

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